Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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Cuba Psicología grupos e instituciones. Una reflexión necesaria. M. Calviño


"Cuba: Psicología, grupos e instituciones.
Una reflexión necesaria"(GRUPOS instituyentes e INSTITUCIONES grupales)

Manuel Calviño 


Al definir el objeto de la Psicología Social como el “estudio el desarrollo y la transformación de una relación dialéctica que se establece entre la estructura social y la configuración del mundo interno del sujeto” se define el carácter mismo de la construcción de ese “mundo interno” que atraviesa no solo la dimensión sujeto, sino también sus grupos e instituciones. Así como el sujeto es “sujeto en situación”, toda institución es “institución en situación”. Hablamos entonces de la relación dialéctica que se establece entre la estructura social y la configuración del “mundo interno” de las instituciones y de los grupos que la componen.

La contextualidad es la condición de cualquier objeto sobre el operamos llámese Estado o, mejor aún,  llamemos desde ya “grupo” o “institución”. Nada nuevo, en una “paráfrasis inconsciente” Guinsberg lo dice como Vygotsky (pero no en ruso, sino en español): “las características sociales, políticas y económicas de cada marco y época concreta formarán un modelo de Sujeto y de subjetividad adecuado a su mantenimiento y reproducción”. Yo agregaría también “la disolución”: ahora lo digo más cerca de Marx: “toda sociedad –no solo el capitalismo – crea su propio sepulturero”. Este modelo de sujeto significa “modelo de grupos”, “modelo de institución”.

¿Cuál son los matices de dicha relación que demarcan hoy la situación para las instituciones y grupos? De la amplia gama de ellos me limito al que convoca a una resistencia de “interconexiones” nunca antes vista en el continente latinoamericano: la globalización. Como sabemos, sus promotores son “los estados más ricos y poderosos, las instituciones financieras internacionales que siguen sus instrucciones, y su ejército de megacorporaciones tendientes al oligopolio en la mayoría de los sectores de la economía, y altamente dependientes del sector estatal para socializar el riesgo y los costos y mantener el dinamismo de la economía, a menudo bajo la tapadera del gasto militar, son… "los amos del universo" (Chomsky N. “El proceso llamado globalización”)

Bien estaríamos si la “globalización” no fuera más que otro concepto de moda. El tema es otro: es una realidad tangible, “en uso” y sus marcas ya son instituyentes del “mundo interno” de las instituciones, grupos e individuos que conforman la sociedad. Quizás lo más preocupantemente visible de la globalización son sus efectos: Deterioro sustancial de las capacidades productivas de los países latinoamericanos, descapitalización de los mercados nacionales que no pueden competir. La producción de materias primas, sustento de las economías surcontinentales, declina frente a la producción de manufacturas y servicios, predominio del capital financiero "simbólico" como fuerza motriz del sistema, transnacionalización y concentración de la dirección de la economía. Al final ya sabemos: se incrementa la brecha entre los países desarrollados y el mundo subdesarrollado, entre el norte y el sur. Los nuevos gobiernos latinoamericanos nacen con un destino imposible. Nacen con una erosión de su soberanía como Estado-Nación y su capacidad para tomar decisiones autónomas. Por último, la globalización trae un concepto de modernidad del estado que es neoliberal y tiene como argumento la “necesidad demandante” de la propiedad privada (privatización del estado). 

La globalización demarca, para América latina, un “laberinto” que define el comportamiento del que en el entra (del que es obligado a entrar): o deambulas sin éxito o sigues el único camino posible. Como todo laberinto “al que esta adentro le es muy dificil acertar la salida” y es obligado a andar de un modo errático predefinido.

Para la construcción macrosocial, en ocasiones llamada la “institución de instituciones”, El estado, el laberinto no puede ser desmontado, pero puede ser “aprovechado”. Parece entonces encontrarse una salida  “más de lo mismo”: “Muchos países de la periferia han recibido y aplicado el mensaje de que su camino al desarrollo está marcado por la necesidad de entrar en el sistema de competencia global. De allí que buena parte de su energía la han dedicado a desmontar los viejos modelos de desarrollo y por supuesto, como dichos planes se basaban en la acción del "Estado Asistencialista", entonces lo prioritario ha sido su reestructuración y modernización con estrategias neoliberales como la desburocratización, la privatización y la descentralización”. (“Algunos efectos de la globalización” Andrés Fernando Ruiz. Gestiopolis.com.http://www.gestiopolis.com/canal/economia/artículos/no19/ efeglobal. htm )  

El resultado: “América Latina y el Caribe  sufren la distribución del ingreso más desigual  del planeta;  la pandemia del VIH-SIDA afecta a  2 millones 400 mil personas… se incrementa la amenaza el  uso de la fuerza.. y las medidas coercitivas unilaterales contra los gobiernos y pueblos de países del Tercer Mundo…escasez alarmante de una fuente energética no renovable y vital en el mundo actual:  los hidrocarburos  ¿Cómo enfrentarán nuestros países los daños  de la próxima temporada ciclónica y los de los próximos diez años, y quién nos ayudará a costearlos? Cuba responsabiliza a los países ricos y desarrollados, y a las suntuosas economías del consumo y el despilfarro por el agravamiento de la magnitud y la frecuencia de los desastres en América latina y el Caribe.  ¿Cómo enfrentar estos desafíos y el reto de sobrevivir y avanzar en medio de la profunda crisis económica, social, política y ambiental que sufre nuestro hemisferio y el mundo?” (Fidel Castro. Discurso pronunciado en la Segunda Cumbre Cuba-CARICOM, Bridgetown, Barbados, el 8 de diciembre de 2005).

La opción “más de lo mismo” es una “ilusión de alternativa” para nuestro continente. En realidad “no es bueno para los países periféricos que tienen una gran proporción de su población en condiciones de muy bajo desarrollo humano, cuya redención social solo es posible mediante el intervencionismo del estado” (Andrés Fernando Ruiz. idem)

Se instaura entonces desde la necesidad una dinámica de defensa, que contenga el desarrollo y el mejoramiento, pero que genere un “escudo defensivo” ante la agresiva política de la globalización. Se construye como “necesidad de época” un modelo de institución predominantemente verticalista, que supone un mayor intervencionismo del estado en base a una centralización económica. Se trata de la construcción de un sistema Estado proveedor que se perfila desde una condición de identidad triangulada: como Estado asistencialista, como Estado de bienestar y como Estado de derecho.

Clarifico con partidismo militante que dicha “verticalidad” no es sustento axiomático para asimilar y mucho menos sumarme a críticas de pésima y superficial consideración de la realidad cubana. Algunos (diría lamentablemente que bastantes) malintencionados han intentado ganar el imaginario social de esta realidad presentándola como el “carácter autocrático” del modelo político cubano que se extiende al tipo de institución que condiciona. Siendo apenas “operativo” para no entrar en una discusión política ad extenso, esta lectura de los condicionantes de una realidad nos llevan por un camino, además de perjurioso políticamente, demasiado simplista, trillado y descontextualizado. Cuba es un pueblo activo y revolucionador. Cuba es un proyecto de país, de sociedad. Cuba es una isla, pero solo geográficamente. Por eso cualquier análisis de causas que no alcance más que decisiones de personas o grupos esta de entrada desacreditado. La realidad, para no variar, es mucho más compleja y no resiste tal “maniqueísmo politiquero”.

En lo que a dinámica institucional se refiere, lo dicho antes se asocia a la construcción de una institución proveedora (de exigencias, metas y beneficios) que para su crecimiento y desarrollo demanda (exige) “adscripción afirmativa”, reconociendo que su capacidad para incluir los proyectos particulares de grupos y personas es muy limitada, cuando más solo posible en una perspectiva temporal difícilmente definible, y que reconoce que solo en la dialéctica de la contradicción de sus constituyentes verificará dicho crecimiento por lo tanto supone (produce y promueve) una “adscripción crítica”.

Al interno de las Instituciones se dibuja entonces un espacio de convergencias contradictorias en el que coexisten en el mejor de los casos la unidad de las intenciones con la diversidad hasta antagónica de las existencias, de los “grupos y sujetos institucionales”, un espacio en el  que además se realiza la búsqueda y se espera el encuentro de una(s) alternativa(s) de dirección, metas, propósitos (hacia dónde ir) y una “puesta en escena” (la realización del camino de la institución). Es además un espacio poblado de personas con direcciones y metas propias a quienes hay que “reunir” en un camino único tendiente a una meta la mayor parte de las veces “supraindividual” y dictaminada por una situación además “suprainstitucional”. Al camino, además, no le faltan guardianes que velan por el cumplimiento de reglas, de todo lo prohibido mas lo que no se puede y hay carteles que recuerdan la “necesaria adhesión” a lo que debe ser, a cómo debe ser y con y sin quién debe ser.  Se reafirma la construcción vertical.

A nivel macro, a nivel de Estado, hay una clara representación de la alternativa: “a la globalización neoliberal y egoísta, al antidemocrático orden político y económico internacional, debemos responder con la unidad y la globalización  de la solidaridad, y la promoción del diálogo, la integración y la cooperación genuina” (Fidel Castro. Idem anterior). A nivel institucional, ese “verticalismo institucional” intenta, necesita, constituirse no como una disolución de la participación (si alguien lo duda haga la prueba y siéntese en el muro del malecón habanero y en cualquier momento será arratrado por un mar de cubanos que nos juntamos como pueblo para reivindicar y hacer pública una y otra vez nuestro compromiso con la construcción socialista de nuestro país). La disolución de la participación sería el fin de la institución. El “verticalismo” intenta construirse como un vínculo que demanda del momento afirmativo de los grupos y sujetos institucionales en la construcción de la actuación colectiva, del hacer colectivo.

Estamos ante un dilema conocido. Estamos ante un viejo problema: la construcción de la “criticidad afirmativa” de los grupos institucionales. El grupo como “crítica” y “afirmación” de la Institución. En la dinámica institucional el estar asociada a un proyecto reconocido y legitimizado como de bienestar y justicia social mayoritario, “con todos y para el bien de todos” (José Martí), a un proyecto emancipatorio de profundo carácter nacional y popular, un proyecto enraizado en las necesidades fundamentales de las personas, en sus derechos inalienables, el momento de la construcción afirmativa se favorce. Como no ser así para sujetos, grupos e instituciones que han “tomado del pecho” de un ideario prosocial bautizado con lo mejor del pensamiento progresista de la época. La dinámica institucional siendo una presencia fuertemente compulsada “desde fuera”, teniendo una compulsión exógena, demarca la primacía del mismo proceso social por sobre cualquier otro proyecto particular.

Es comprensible desde cualquier representación dinámica que construir esa “afirmatividad” de la mano de una encomienda social, de un conjunto de “tareas urgentes”, no parece dejar mucho tiempo al ejercicio crítico del pensamiento, de construir prácticas críticas, más allá del establecimiento de encuadres paradigmáticos. Pero ¿acaso no es riesgosa tal tendencia de instaurarse y hacerse promisoriamente dominante? Claro que sí. Muy riesgosa.
Esta es una cuestión que está urgida de un ejercicio reflexivo que considero aún insuficiente en nuestro medio. Ni desde la buena intención (aumento de la capacidad de defensa), ni edulcorado o encartonado, el “discurso de la afirnatividad” puede obstaculizar florecer un discurso crítico, más libre de atavismos y de exigencias, posiblemente menos riguroso en lo que a su reconocimiento global se refiere, pero no por esto menos importante en el panorama integral discursivo de las instituciones y sus grupos.

Algo que considero muy crítico es que el centro epistemológico y metodológico de ciertas acciones actuaciones institucionales se mantiene muy centrado en una relación de “poder representacional”. Estoy hablando de aquél poder que García Márquez representó con tanta claridad en “Del Amor y otros Demonios” cuando el Marqués de Casalduero, convencido de la inminente desaparición física de su hija por la mordedura de un perro rabioso, intenta recuperar el tiempo emocional perdido en su relación con la pequeña Sierva Maria. Dice: “Le consagró todo su tiempo. Trató de aprender a peinarla y a tejerle la trenza. Trató de enseñarla a ser blanca de ley, de restaurar para ella sus sueños sus sueños fallidos de noble criollo, de quitarle el gusto del escabeche de iguana y el guiso de armadillo. La intentó casi todo, menos preguntarse si aquél era el modo de hacerla feliz”: Un preguntar-se cuya única respuesta está en preguntar-le.

En la dinámica de las instituciones hay “demasiado convencimiento” de que “se hace lo mejor, lo conveniente, lo adecuado”. Quizás se hace necesario acceder con mesura y alternancia a esa idea posracionalista según la cual “todas las teorías desarrolladas por el signo individuo, ya sean científicas o filosóficas, tienen su fundamento en la emocionalidad y no en la racionalidad, al tiempo que sin emocionalidad no puede haber racionalidad” (Ruiz A.1995.p21). En este sentido acceder al valor del conflicto como unidad instituyente, constructiva y desarrolladora.

En Cuba la demanda del “proyecto socio político nacional” a las instituciones se concentra en un conjunto de acciones estratégicas:
1. La defensa de la independencia, la soberanía y la autodeterminación como garantía del mantenimiento de un orden social más justo y equitativo, más sustentado en la igualdad y la solidaridad humanas.
2. La obstaculización y desarticulación de las consecuencias de la crisis económica que azota a la humanidad.
3. El aumento sustancial del nivel medio de cultura general integral de toda la población.
4. El mejoramiento de las condiciones (cantidad y calidad) de los servicios a la población (servicios de salud, educacionales, laborales, etc.).
5. El desarrollo de la productividad y la eficiencia institucional de empresas productivas y de servicios.

El “dilema” Institución-grupo será, es inevitable.  En el estilo dominante de los años anteriores la necesidad y la demanda aparecían como claves esenciales y suficientes en la determinación de la “solución social” al conflicto.   Hoy y cada vez más, la inserción ha de ser una “inserción crítica”, no solo en el sentido que devele las desviaciones relativas que se producen entre la intención y el acto, que devele no solo los efectos colaterales no esperados de ciertas prácticas. Hablo de una inserción crítica que descubra y genere nuevos modos de inserción no previstos en el modelo. La producción social de subjetividad, el estudio y acompañamiento de las subjetividades institucionales, tienen que sustentarse en una actuación crítica que revela la perfectibilidad de lo críticado, el compromiso del crítico con el proceso de cambio, y la propia necesidad de la crítica.


Se impone ir cerrando y quiero al menos reafirmar lo reflexionado. Para América latina, para Cuba, los últimos años han sido especialmente impactantes en la aparición de ciertas transfiguraciones sociales. Cuando se esta sometido a una situación de vida marcada por la escasez, cuando se debuta en escenarios imprevisibles que favorecen el establecimiento de modelos personales de consumo, cuando la claridad de la luz se hace tenue, hay quienes optan por el “antivalor”. “En mi sábana blanca vertieron hollín” dice Silvio: Prostitución, proxenetismo, drogas, corrupción son malsanidades que han venido a ocupar algún espacio en nuestro escenario institucional. La agresión, la violencia, ganan adeptos en nuestras calles. Confirmo la fisura en las normativas de comportamiento de algunas personas. Pero no solo reconozco en el concepto de crisis la ruptura, sino también la instauración de lo nuevo. Nuestro día a día existencial transcurre en una extraña unidad sincrética de celular y linterna. Distancias sociales no esenciales, pero al fin y al cabo distancias. Todo esto y mucho más forma parte de nuestro cotidiano de vida. Es un fragmento de la realidad con el que tenemos que contar, con el que tenemos que hacer algo.

Constituirnos como una nación libre, independiente y soberana, anhelado sueño de los buenos cubanos de todas las épocas, ha sido un proceso de búsquedas, de encuentros y desencuentros. Asediados y agredidos desde afuera y desde adentro, intentando tomar el cielo por asalto, rompiendo con los valores de referencia de las clases minoritarias y elitistas, intentado avanzar en la búsqueda de un hombre nuevo,  nuestro andar ha tenido, y seguramente tiene, pasos erráticos, pero nunca malsanos ni malintencionados. Hemos estado todo el tiempo creciéndonos y verdaderamente hemos crecido. Hemos demostrado la grandeza de “nuestra alma cubana”, al decir de Fernando Ortiz, de nuestros ideales y convicciones. Porque la esencia de la grandeza radica en la capacidad de optar por el crecimiento, por la honestidad, por el orgullo nacional y la soberanía en circunstancias en que otros optarían por la entrega. “Yo no mudo el alma, sino que la voy enriqueciendo” retomando la voz del maestro (José Martí). En definitiva tenemos que “resolver un problema de mayor importancia. Más que construir un mundo en el que todos podamos vivir bien, debemos dejar de construir uno en el que será imposible vivir" (Skinner B.F. 1989.p.84).

Una parte de nuestro accionar profesional transcurre inmerso en un discurso instituido desde la ética de la renuncia para la realización de los sueños y las esperanzas, desde la permanencia y trascendencia de los valores más humanos, pero enfrascados en una lucha titánica por la eficiencia económica, una gestión de sustento a los proyectos emancipadores. La realidad nos impone una suerte de convivencia educada pero también utilitaria con muchas de las cosas de las que nos creíamos invulnerables y que considerábamos hasta de mal gusto. Al decir de Pierre Bourdie se trata de trabajar en función de un “utopismo racional aplicando el conocimiento de lo probable para promover el advenimiento de lo posible”. Ser afirmativos. Ser críticos. Promover instituciones y grupos de sí y no. Grupos “instituyentes” e “instituciones grupales”.

El reto de la articulación “afirmatividad – criticidad” probablemente esté en la articulación de una “construcción pragmática operativa”. Dicho en otros términos un sistema que favorezca el encuadrar los conflictos institucionales desde la situación, desde el problema, desde “la tarea” y facilitar la emergencia de los modos de actuación sobre los que se articularía el discurso elaborativo. Partir del registro operativo y desde este nivel sustentar las prácticas participativas, afirmativas. Para esto habrá que develar silencios (intencionales y no intencionales). Habrá que cuestionarse condiciones facilitadoras y exigencias históricas discursivas. Habrá que reformular paradigmas de formación y de crecimiento institucional.


He aquí horrores que provocarían la ira de las elites inquisidoras del pensamiento incluso de “izquierda”. Horrores que son probablemente errores: errores bienaventurados, de una historia que pudiera acuñarse con el nombre de “perfectamente imperfectamente” y que ciertamente se parece más a la vida misma que la promulgada por los “sancionadores de cualquier nacimiento”. Sin embargo soy de los convencidos de que, al decir de Weber, "el destino de una época de cultura que ha comido del árbol de la ciencia, consiste en tener que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mundo, no a partir del resultado de una investigación, por acabada que sea, sino siendo capaces de crearlo; que las cosmovisiones jamas pueden ser producto de un avance en el saber empírico, y que, por lo tanto los ideales supremos que nos mueven con la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, solo en la lucha con otros ideales " (Weber, 1973, pág. 46).


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